30.3.09

Bohemio fino

No pude asistir el jueves al homenaje del padre, del argentino, de su ojo viejísimo y lupa, al homenaje del abuelo literario de todos o de unos cuantos, según, de quienes él quiere, a veces, gran jefe gruñón y tan amable, siempre de vuelta y de ida, con sus alquileres, sus tabacos, sus martas, lleno de historias y de poemas que le salen de ese pedazo de alma que le toca al estómago, de esa hebra de inspiración que fluctúa en los ventrículos, oscuro señor europeo que vino a Jaén perseguido de argentineces, platas, con ese vozarrón que asustaba a mi familia cuando llamaba por teléfono preguntando por mí, era él, el novio de Nicolasa, verde o nada, sentado en la tribuna de su autoridad indiscutible y bien ganada, cuántos jóvenes quisimos ser como él y alcanzar sus consumiciones, su oxígeno y su filo de lengua repasada. No pude asistir el jueves, ni él tampoco, al homenaje afortunado de un vivo, del sudaca sabio que nos reunía en los cafés que ya no quedan, del bohemio fino y dentro de un orden, señor Ruiseñor, amigo del tiempo, jaenero por asombro, muchacho antiguo, matón de sonetos, diente y tabaco, sal y ventanas, José Viñals. La ese final de su apellido queda difícil y elegante, como José mismo, y da el tono de unos puntos suspensivos, pensativos, sensitivos.

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