31.3.09

Las palabras

Con el ministerio de la Bibiana Aído debería colaborar estrechamente la Real Academia Española —si es que no lo está haciendo ya—, pues un buen porcentaje del trabajo que Igualdad desarrolla se basa en no hacer daño con las palabras. En general, la política correcta que desde hace años viene dándonos la murga con las denominaciones ha conseguido, entre la sociedad, extender un miedo a las palabras que antes no existía. Y así se nos ha olvidado que las palabras no son perversas ni bondadosas, sino que la ofensa, el halago, el menosprecio o la estima que contienen dependen de la intención aplicada a su uso por el sujeto parlante o escribiente. Qué nos van a contar a nosotros, que vivimos en una tierra donde “hijoputa” y “cabrón” pueden ser también piropos que ensalzan nuestras cualidades. Sin embargo, y por ejemplo, pida usted una ayuda a la administración para instalar en su negocio una rampa destinada a “minusválidos” y verá qué pronto le mandan a la pasma con una orden de rectificación. Ahora hay que decir “discapacitado físico”, pese a que con eso de “minusválido” usted no pretenda hacer de menos a nadie. Pero es que ni aún así acertará, porque seguramente se le ha olvidado lo de “discapacitado/a físico/a”, y eso sí que es grave.

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