23.2.09

En un ring

La soledad del triunfador es una tontada que se arregla yéndose todas las tardes al hogar del jubilado a echar un dominó y doce o trece párrafos, lo que pasa es que al triunfador suele darle asco la vejez y considera el dominó un pasatiempo zafio, así que el triunfador la pela de gorda y sigue solo. Que le den. El perdedor, el fracasado, sabe que es bello y poético y que arrastra su grisura con cierto donaire, los nenes lo señalan por la calle con respeto, pero tampoco quiere que lo vean sentado en el váter con las primeras luces del día, tosiendo entre baldosines y preguntándose si habrá papel higiénico o tendrá que verse obligado una vez más a utilizar los trocitos de su biografía. Al éxito le gusta acostarse con el fracaso, después se casa con el honor; al fracaso lo que le gusta es acostarse con alguien, le da igual con quién, y no se casa ni con su padre. Los perdedores hablan mucho, cascan más que Perendola, no hay silencio que no rellenen, mientras que los ganadores callan y apuntan en un cuaderno caro de esos de la gomilla. En un ring, acaso en un tatami, fracaso y éxito darían un espectáculo aburridísimo, ya que ninguno piensa partirse la cara por tan poca cosa y las apuestas no pasarían de unos chatos y unos boquerones en vinagre. Qué ricos.

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