Juzgadas y condenadas las alimañas rijosas de Baños de la Encina, queda un eco de chillidos negruzcos que van de la locura al asco y del asco a las cuevas mugrientas de la condición humana. No nos vamos a preguntar ahora cómo unos padres pueden violar a una hija niña y después vendérsela a unos viejos para que la laman, no somos tan necios, teniendo la respuesta ahí colgada, detrás de la puerta, junto a la escopeta con que defendemos las escrituras de nuestra honra: somos personas creadas a imagen y semejanza de una mierda, poco más o menos, tirando a más. Baños es ese pueblito encantador y con castillo en el que a unos se le helaba la sangre mientras que a otros se le ponía calentorra y espesa como la que hincha las morcillas por estas fechas tan entrañables, tenga usted felices pascuas y guarde su turno, que ahora la criatura está ocupada. La matanza era de niñas y los matarifes llevaban el cuchillo en la bragueta de pana. Baños de la Encina, sí, era ese pueblito donde ya nadie olvida, con su casa del terror y su estigma resignado a la España negra y profunda, la de ahí al lado. ¿Qué pensarán en sus jaulas las alimañas? Supongo que nada, las alimañas no piensan. Se rascan.
4.12.07
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