8.6.10

Que dure

No sé hoy —o sea ayer— para qué leches escribo si hay huelga de funcionarios y eso quiere decir que mañana —o sea hoy— se van a leer muchísimos menos periódicos en la provincia. Ji ji, que no, que es broma, funcionarietes, no sus enfadéis, que tenéis el sentido del humor de una perola abollada, coñi. Tampoco sé si lo mejor para una crisis es perder un día de sueldo y pararle la maquinaria al Estado; los sindicatos dicen que sí, pero como los sindicatos están chalaos es mejor no hacerles caso y decidir por uno mismo. Porque si esa parada fuera técnica, esto es, para reparar lo averiado, pues vale; pero las huelgas generales es lo que tienen: que los sindicatos se retratan, discuten cifras de éxito, se apuntan otra en su historia y todo sigue igual que antes de la huelga, con los piquetes volviéndose a meter los faldones de la camisa en los pantalones y los dirigentes echándose crema en las manos para prevenir el callo. ¿Qué arregla una huelga de un día? Nada. Lo que hay que hacer es echarle ilusión y que la huelga dure hasta que el Gobierno ya no pueda más y se arrepienta del recorte. Huelga a la antigua, cuando había huevos. A las de ahora les podríamos llamar “huelgas piloto”, de catálogo, de escaparate, una muestra ficticia de lo que es o sería una huelga real y efectiva, de machotes.

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