10.3.10

El acto

Pese a que no sólo no daban copa sino que, además, la Carmen Pozo te pedía dineros en la puerta (besote, Carmen, aunque ya sé que tú no eres de las que te mosqueas por mis malafollaúras articulísticas), el sábado me pasé por lo de Garzón en el Ifeja y salí con tres conclusiones que me guardé sin que me vieran, aprovechando un descuido: que Marcos Gutiérrez Melgarejo se sienta muy mal, como si lo hubieran arrojado desde el techo a la silla; que el juez de Torres ya puede estar contento con sus paisanos —te quejarás, gachón— y que, para decir lo mismo, o casi lo mismo, acerca de lo mismo, hay que ver lo que cambia el cómo lo dices, poniendo en juego que un acto de tres horas resulte un pestiñazo de no te menees o fluya con la amenidad y el interés que tanta faltica hacen, cosa esta última de la que —menos mal— se encargaron Cristina Almeida, el actor Juan Diego, el escritor Manuel Rivas, el ex fiscal Jiménez Villarejo y pocos más, porque si por el politiqueo local y las rancias poesías del Condestable hubiera sido, aquello hubiese empezado y terminado como el tostonazo castañar al que nos tienen tan acostumbrados y lo mismo, del coraje, le hubiéramos entregado a Garzón a las Manos Blancas esas y que se hubiese apañado como pudiera, el hombre.

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