4.1.10

No arden

Son extrañísimos los días que no hay periódicos, como el viernes. Lo mismo es por la resaca, no te digo yo que no –ya sea la del veinticinco de diciembre, la del Sábado Santo o la del uno de enero–, pero los días que no hay periódicos tienen como un vacío de tinta y de quiosquero durmiendo que inquieta mucho. Uno es que es de los de noticia escrita, no lo puede remediar, así que el día que no hay periódicos parece que no ha pasado nada, que la Humanidad se quedó frita ayer, que los hipócritas que nos manejan dejaron de chupar del bote por iniciativa propia y que los poetas coñazo ya no van a presentar más libros ni a más poetas coñazo. Los días que no hay periódicos no crujen, están húmedos, no arden, no valen para mucho, si acaso valen para ir a visitar ancianos o pedir que te traigan a casa un pollo asado, nunca para las dos cosas juntas, eso no, eso sería una barbaridad. Entiendo que los periodistas tengan que descansar, qué remedio, habrá que tenerlos contentos, pero no saben hasta qué punto su asueto nos congela el día, sin horóscopo, sin sudoku, sin receta y sin eso que hacen ellos, crónicas y eso. Es terrible, es somnífero, es antinatural. Los días que no hay periódicos son como de jubilado que mira obras sin obreros. Un paréntesis chungo. Propicios para entontecer.

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