9.11.09

9/11/2009

Quién cada nueve de noviembre, como siempre, sin tarjeta, le mandaba un ramito de violetas. Era el marido, al final de la canción se sabe que es el marido quien, pese a ser el mismo demonio y tener un poco de mal genio, haciéndose pasar por un enamorado anónimo de su mujer, le escribe versos, le manda flores por primavera y la tiene así muy intrigada y contentilla, con la pajarita alegre y todo eso. Bueno, pues, según he oído por ahí, resulta que así siguen, y mira que la canción tiene años, treinta o más, pero la tía habrá recibido hoy su ramito de violetas y las habrá olido pensando que su marido es un incansable gilipollas. Ya hace años que lo sabe, pero se hace la desentendida y lleva la cruz de la tontería del cónyuge con toda la resignación del mundo, a ver, pobretico, si es imbécil. Los versos que él le sigue mandando le parecen una cosa así como horrenda, más cursis que un repollo con lazo, y a veces la mujer no puede evitar usarlos a modo de papel higiénico. Está vieja y no tiene el cuerpo ya para versos, a ella lo que le gustaría es que el fulano mentecato con el que se casó le enviara giros postales para gastárselos en el bingo, que es lo que a ella le mola, sus tardes de bingo con un whiskazo, y sola, a poder ser, porque cuando la acompaña él le trae mal fario.

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