29.10.09

De pánfilos

Supongo que llega un momento en que el político corrupto deja de tener consciencia de que lo es. A ese estado de beatífica ignorancia debe de llegar cuando se le pasa el miedo a que lo pillen, cuando el volumen de corrupción es tan gordo que la irrupción policial ha de ser inminente y, sin embargo, no pasa nada: los días transcurren tranquilos, el portero los sigue saludando todas las mañanas, sus secretarias están igual de guapas y la prensa los saca para las cuatro chorradas de siempre. En tanto, sus cuentas corrientes siguen engordando. Ahí, ahí es cuando el político corrupto empieza a ser incapaz de saber que es un malhechor e incluso a creer que el suculento resultado de sus fechorías representa una recompensa por lo mal que lo ha pasado cuando tenía miedo a ser trincado y no podía dormir pensando en los tipejos que le podrían tocar de compañeros de celda. Entonces, sus gestiones corruptas pasan a formar parte de los puntos habituales de su agenda de trabajo, de su labor y hasta de su vocación política. Por eso ponen esa cara de pánfilos cuando los detienen y sonríen como el que está absolutamente convencido de que se trata de un gracioso error que se subsanará de inmediato. Hasta que el juez los remite al origen, al miedo, y es cuando se cagan entericos.

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