10.4.09

Galeras

Los tambores, cuando lejos, cuando suenan en otras calles, aporreantes, retumbones, ejércitos, son como el pálpito taquicárdico de un dios muy malvado. Los tambores, atormentados, cuando no los ves, cuando sólo los imaginas, trazan en lo desolado del alma la imagen de un cortejo macabro y apresurado en pos de un reo al que acompaña un harén de mantillas con zapatos de aguja y un reguero de sangre y niebla. Los tambores, porropón, desprovistos de folclore, ajenos a la devoción, porropón, se quedan un rato en el cerebro para fabricarte religiones propias y espantadizas, rezos de gaznate, ofrendas y grutas, porropón, pon, pon. Hay un algo de galeras en los tambores mientras los pájaros se mueren de miedo en los árboles. Gentes medievales al son de la percusión cansina, dramática y tremenda, leprosos arrastrándose en busca de pigmentos, sedientos que lamen charcos de orín y de grasa al son de los tambores, procesión de niños bicéfalos y de viudas mareadas, pintando grises con el sonido, metiéndote una ponzoña en la boca del ojo, los tambores. Si los ves son tradición, si no los ves son un pánico de enjambre y carroña reseca. Al reo le duelen más los tambores que los clavos y la prostituta bíblica se acompasa con ellos para su estriptis y sus piedras.

1 comentario:

Jesús dijo...

Un folclore un poco más resuelto y desarrollado que otros por la money que manejan. Sólo eso, puro espectáculo