4.6.08

El maqueo de verdad

Cada vez con más abundancia y regocijo, la clase obrera de Jaén se está apuntando al chaqué y al frac a la hora de casar a sus yonatanes y a sus anamaris. El fenómeno no tiene nada que ver con el buen gusto, sino con la imitación de los primeros proletarios a los que, en un arranque de “no hay huevos”, se les ocurrió vestirse de esa guisa etiquetina para la boda de sus juanmigueles y sus yésicas. Estos pioneros crearon la escuela echá pa’lante del “y por qué no” y fabricaron el sueño de un día en el que la solemnidad de la alcurnia, el boato y eso que llaman elegancia, el maqueo de verdad, dura lo que la afrancesada prenda tarda en ceder a la poca prestancia y disposición del que la lleva, o sea de impregnarse de plebeyera y populachaco. Y así ve uno alrededor de esas iglesias de barrio a verdaderos morconazos, más tochos que un potaje de arandelas, ataviados con esas cosas aberrantes para su físico y su condición social, la cual, quieras que no y te pongas como te pongas, le mete más vatios al neón de la ridiculez que ya por sí solo conlleva un frac colgado de una percha. Es lo que pasa cuando en la mayoría de las bodas ya no hay el aliciente del himen: que tenemos que recurrir a esas tontás payasas para no quedar muy mal con dios.

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