4.1.08

Qué tristes, qué tristes

Más respetables que las opiniones son los gustos, yo no digo que no; pero la verdad es que hace falta ser triste —conservadoramente triste— para renegar de la decoración luminosa del Castillo (que yo no sé a quién se le ha ocurrido ir diciendo por ahí que parece un puticlub, qué falta de respeto) y, sobre todo, del llamativo y muy currado espectáculo de fin de año que pudimos presenciar en la plaza de Santa María. Alegan esos tristes que, tanto el Castillo como la Catedral jaenitas, ya son lo suficientemente hermosos y que, por tanto, no hace falta aderezarlos con nada. Para pensar esto, ya digo, hace falta ser muy triste, triste hasta la murria y el chuchurrimiento, hasta el bostezo triste. Porque normalicos ya tenemos todo el año esos dos monumentos y a nadie se le va a caer el pitillo de la estética ortodoxa por el hecho de que en Navidad le coloreemos un poco la cara a la abuela, que está pajiza. Seguramente esos tristes son los que en Nochebuena se cenan una tortilla francesa, llaman a su hermana la de Tarragona para contarle catarros y se acuestan. Qué tristes. En vez de pillarse un cogorzón y salir a hacer el gamba con las bragas en la cabeza y una panderetilla jaleosa. Qué tristes, qué tristes, qué tristes.

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