Ahora nos encontramos con que un informe del Defensor del Menor en Andalucía coloca a la provincia de Jaén en el segundo puesto en cuanto a agresiones de hijos a padres se refiere, casi todas perpetradas en hogares de clase media. Lo primero que se nos pasa por la cabeza (¿a que sí?) es que de momento le íbamos nosotros a alzar la mano a nuestros padres, porque del hostión que nos metían nos sacaban de los calcetines y nos ponían mirando hacia Alcobendas, para preguntarnos a continuación eso tan social y políticamente correcto de “en qué estamos fallando con la infancia y la juventud actuales”. Vale, bien, muy bonito; lo que pasa es que, como no hay forma de dar con la solución —aunque, quedar, quedamos como muy reflexivos y civilizados, y luego seguimos con lo nuestro—, quizá habría que empezar a preguntarse, sin tantos prejuicios formales, por qué la infancia y la juventud actuales no hacen como hacía la nuestra: considerar a los padres y a los adultos en general unos puretas, más bien tirando a chalaos perdíos, aburridos hasta la náusea, y dejarlos estar en su insufrible generación sin necesidad de currarles. Lo que han hecho todas las generaciones: evitarse, que es lo sano.
5.12.06
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