Artesana, roja, gastroentendida, perfumada, con escotes, iracunda, melosa, bienllegada, malvenida, temperamental, ibera arrepentida (creo), cofradiera del buen papeo, irreverente, de Martos… Como diría mi madre, Carmen Pozo es una de esas mujeres a las que no se les paran las moscas… En mi chaleco predilecto llevo prendido el plumín de plata que Carmen me regaló y en una pared de mi casa cuelga una de mis más apreciadas distinciones, la de “Pinche de Honor” de la Cofradía Gastronómica de la Sierra Sur de Jaén El Dornillo, a la que la Pozo pertenece, y yo todo eso se lo tengo que agradecer mucho haciéndole un retrato que te cagas, tú verás, aunque después me tenga que enfrentar a su mirada felina, de gata madura y morena, y tan profunda que no sabe uno si le está buscando la entraña para arrancársela o para hacerle un cariñito, pero el caso es que, sea para lo que sea, te está buscando la entraña, eso fijo. Y mira que cuando aquello de los pitos y las flautas por el Museo Ibérico no nos podíamos ni ver, reconozcámoslo; hasta que nos vimos —tras apartarse algunas cabezas—, y entonces pensamos que tampoco éramos para tanto, simplemente dos chuflones, cá uno a su estilo.
21.12.06
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1 comentario:
Trasluce el afecto, sí señor.
Pedazo de mujer, tal como la retratas.
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