6.3.06

Cuestión de mala leche

Da la sensación, según se cuentan a veces las cosas, de que la culpa de la violencia entre escolares la tienen los teléfonos móviles con cámara de vídeo: que si la tecnología no avanzase tanto, los nenes se zurrarían menos y no encontrarían ganas de apalear a los más débiles ni de martirizar mendigos y que serían mucho más buenecitos. Pero claro, como ahora es tan fácil y barato registrar en imágenes la realidad, los angelicos qué culpa tienen si no pueden hacer otra cosa sino comportarse como borricos. Y no, ¿eh? Es obvio que no. Los chiquillos y los zangolitrones se han pegado de toda la vida, sanamente y con sus razones, con su honor y con su orgullo, como hay que pegarse llegado el caso. La diferencia es que a los jovenzuelos de ahora la sociedad les tiene creado un monstruo recosido con trozos de brutalidad, insensibilidad y fama audiovisual que los acuna prácticamente desde que nacen. La mala leche la llevan puesta, lo que les faltaba era inmortalizarla para el divertimento general, económico y sesión doble. Dejémosles los aparatitos modernos y miremos un poco en sus casas, a sus padres. A lo mejor nos damos cuenta de que, en fondo, es verdad que son unos angelicos.

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