4.10.05

Monstruos familiares

No creo que la iglesia católica esté buscando homosexuales en sus seminarios: lo que busca son monstruos familiares, seres merecedores de una fulminante expulsión no por la fealdad moral que le atribuyen, ni siquiera por el peligro que supone la represión y el miedo para una persona sexual (homo o hetero), la cual podría terminar pagándolo con niños en catequesis siniestras, en sacristías profundas. No, eso les da igual y, en todo caso, son gajes del oficio, sobre todo cuando te pillan, porque si no te pillan, la cosa no pasa de “problemas internos”, y éstos se archivan silbando. La iglesia católica busca monstruos familiares en sus fábricas, primero, porque siempre ha sido su vocación: la caza, irrumpir en las alcobas a media noche y levantar los colchones bajo los que se supone que viven los demonios que ellos mismos se han inventado; y segundo, porque admitir que su Dios es capaz de insuflar homosexualidad y vocación en una misma criatura es de lo más perjudicial para sus intereses económicos, políticos y espirituales, en ese orden. Un dios como el suyo no puede ni debe ser tan generoso, y si se empeña, pues se le prohibe, se le ordena compostura. La iglesia aprendió pronto (y así le va de bien a la gachona) que una persona reprimida sexualmente es una persona manejable, y que cuanto más peque y más se arrepienta de ello, aún con más facilidad se la puede manejar al antojo del curón que marca el baile secular, absurdo e hipócrita que tan bonito y bien conjuntado se ve desde lejos. La mejor represión es la inútil, o sea la que trata de detener lo que de forma natural ha de salir tarde o temprano.

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