13.10.05

De mil tierras

Si de la Feria de San Lucas los viejos añoran aquellos comercios de ganado y todo eso que tanta peste debía de echar y tanta mosca criaría, servidor, que es muy joven y muy fino, lo que echa de menos son los pedazos de botas que colgaban en los chiringos para el autoservicio del cliente, algo que también se ha perdido, mecachis en los mengues, quizá debido a que los mocetones y no tan mocetones abusábamos del obsequio, como de casi todo, que para eso está la juventud, para abusar y que te regañen. O sea que sin consumición ni racioncilla previa, asaltábamos el establecimiento y nos enganchábamos a la pelleja de vino como mamones del hospicio, hasta que el tío pringoso que asaba los pinchos nos pegaba una voz y nos tiraba un chusco de pan a la cabeza. “¡Vete a que te críe tu mama!”, gritaban con aquellos acentos de feriante de mil tierras, lavados con aceite y albero. En cambio, algo que se mantiene intacto en las ferias del presente es el operario desastrado de los coches locos, con su destornillador en el bolsillo de atrás del vaquero, ése que cuando se te agarra a la barra del coche para desplazarse al otro lado de la pista da un poco de cague y te hace aún más torpe la conducción, porque en realidad lo que se está haciendo es el chulo delante de las barbies de barrio que observan alrededor el divertimento sin una ficha que llevarse a la ranura, y para que su actuación sea más hilarante no dudas de que el tío te va a pegar un pescozón de broma como castigo por conducir tan malamente. Yo creo que ese operario de los coches locos, tan adán y tan noble en el fondo, es el mismo de todas las ferias, desde hace décadas.

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