Falta la caseta de los afligidos, de los desolados; falta la caseta de los tristes, falta la caseta de los cuajos amargos, de las sonrisas pochas, del ritmillo fúnebre; falta la caseta de los humillados, de los devastados, de los soñadores de llanto que rompieron la hucha de felpa para gastársela en chirridos y vasos de quina. Falta esa caseta y nadie la pide. No hay asilo en San Lucas para los que apestan a esquela mortuoria ni mostradorcillo de tíques para los que quieren depurarse el pus de la sangre y las costras del alma. Falta un tablao de tullidos y una alineación de escupideras para las culebras que se esputan. Falta y no la ponen. No tendría que ser necesariamente una caseta grande, qué va: con cuatro o cinco metros cuadrados habría suficiente; los desgajados de la alegría son muchos, pero se mueven poco y necesitan calor y roces. Un casetón para ellos los mataría de miedo y de soledad. Falta, sí, la caseta de las bocas cítricas, de los pechos secos, de los bigotes pegoteados, de los faralaes mustios, de las nucas expuestas. Otros piden accesibilidad, otros piden limpieza, otros piden decencia y nadie pide un tabuco para la fiesta ferial de los que continuamente se están metiendo el corazón en el vientre, porque se les sale del pecho y se les cae y se les llena de pelusas.
16.10.09
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