Artículo para el suplemento especial Fin de Año.
Se acabó el año y los autobuses Castillo de la capital jaenina siguen manteniendo el torno a la entrada del vehículo, qué vergüenza. Podrá parecer mentira o una exageración (ya está el Tíscar con sus hipérboles, pensarán algunos e incluso insistirán: ya está el Tíscar con sus hipérboles, anda que no es hiperbólico ni ná, valiente mamarracho está hecho el Tíscar), pero créanme, se lo suplico: ese torno contribuye, y mucho, a que esta capital continúe siendo de tercera categoría. Muy bien por el GPS ese, que además funciona, aunque no lo hayan instalado en todas las paradas, y muy bien por lo de las tarjeticas, aunque den problemas… Todo es mejorable, ajustable y solucionable, con una chispitilla de voluntad. Pero leche, joder, ese torno, por dios bendito, ese torno… Ese torno ya no lo tiene ningún autobús del mundo, excepto los autobuses urbanos de Jaén. Y es por desconfianza, yo no me bajo del burro: Castillo confía más en las cuentas claras y el chocolate espeso de ese torno retrógrado y carraca antes que en toda la tecnología y en toda la honradez juntas. Castillo es una empresa que no abandona del todo su vocación de manguito, tintero y papel calco, eso es lo que le pasa a Castillo. Ya era hora de que se lo dijera alguien. Servidor, que en el primer artículo de este año 2006 que se nos pira hoy ya abordó el tema del torno, a fin de exterminarlo, soñaba con no verlo en 2007, se hacía sus ilusiones de futuro, acariciaba la idea de una ciudad progresista en la cual sus autobuses urbanos no tuvieran torno, y no sólo por mí (pese a que egoísta soy un rato largo), también por la ciudadanía en general, o sea el resto, ustedes los mortales, los corrientes, los mediocres, y que me reconocieran el mérito intelectual de la desaparición del artilugio y me propusieran para Hijo Predilecto o algo así, si bien con un Hijastro Consentido me hubiese conformado. Pero nada. El corazón de Castillo es duro, su voluntad no atiende a consejos, su proceder recuerda a otros tiempos y no quita el torno porque no le sale de los cojones, las cosas como son, para qué vamos a andarnos con tonterías. Vale, muy bien, perfecto. Pues que sepáis que todas las generaciones de chiquillos que vienen a caer en este Jaén lagártico, pachorro y tornero van a seguir dándole vueltas por entretenerse y que nunca faltarán señoras para hacerlo girar dos veces, una con el carrito de la compra y otra con sus ventrudas anatomías, para el monumental cabreo de los conductores, que tienen que abonar ellos las vueltas de más a fin de que luego en las cuentas no falte un céntimo y se la líen, esas cuentas que uno imagina ajustándose en coritas habitaciones siniestras con flexo de cacerola, hojaldrinas mordisqueadas y tic-tac de despertador cacharraco. El torno es un impedimento físico, social, cultural y de fomento; el torno nos retorna a los tiempos de los que nunca salimos en lo que a transporte público se refiere; el torno incumple las normas más básicas de la dignidad del ser humano; el torno incrementa la contaminación acústica con su racatrá intolerable y carcelario; el torno nos aborrega a los usuarios de la forma más medieval que haya podido inventar cabeza humana; el torno es un cansino; el torno rueda rueda que rueda ave María y lo tornera pues sin pecado fue concebía, qué quieres niño tiene usted dulces de calabaza, recién salíos da gloria verlos como la escarcha… No lo he podido evitar, lo tenía a huevo. No obstante, pese a todo, me resisto a abandonar la esperanza, la quimera de que, algún día, la empresa concesionaria, el Ayuntamiento y, sobre todo, la ciudadanía usuaria e inteligente del transporte público se den cuenta por fin del pernicioso atraso que representa ese torno en los autocares y, todos a una, reconozcan sus culpas, purguen sus desidias, pidan perdón al progreso, a la democracia y a la Historia y engorden los almacenes de los honrados chatarreros, si bien no estaría mal conservar un par de esos monstruos para exponerlos en el Museo de Arte y Costumbres Populares y que los visitantes se diviertan y choteen haciéndolos funcionar con la justa prepotencia del que hoy día experimentara, por tontear y sentirse primitivo, las maravillas de una radio de galena, pongo por ejemplo, o los beneficios de una cataplasma. Jaén también se levanta brava sobre sus piedras lunares quitándole los tornos a los autobuses de línea, no lo olviden. Aún no es tarde: cierto que ya estamos en el siglo XXI, pero todavía podemos, en esta ciudad, corregir algunas vergüenzas, borrar para siempre ciertas maldiciones, como la del torno, a fin de seguir lo que resta del curso secular con la cabeza muy alta y el culo muy prieto, voceando a los cuatro vientos: “¡Soy de Jaén y en mi tierra los autobuses no llevan torno, no señor, no llevan torno, ya no, ya no!”. Posiblemente yo no lo veré, Jaén es lento como una gacela muerta a tiros, pero me llevaré a la gloria la ilusión de que esta “Lagártica” del 31 de diciembre de 2006 haya sido capaz de depositar una semilla de rebeldía entre la podredumbre de las hemerotecas y alguien, algún día, cualquier milenio, cuando los autobuses urbanos Castillo circulen por el aire, retome la empresa de acabar de una vez con ese maldito torno. Feliz Año Nuevo, nene.