Jaenitas, jaenonchos, jaenonchas, jaenudas, jaenudos, jaenerines y jaenerinas, jaenacas y jaenacos, jaeninchis, jaenícolas todos; amigos y vecinos; forasteros que habéis «venío»; autoridades de la cosa esta; taxistas; cofrades; alabarderos; Cristina Nestares; primo Gerardo, que acabas de llegar de Santa Cruz de Mudela y apenas hemos podido hablar, ¿cómo está la tita? Bueno, ya me lo dirás, que ahora tengo que dar un pregón… ¡Gente!:
En realidad, esto de pregonar la Feria de San Lucas de la tierra de uno, además del honor y la emoción y la satisfacción y todas esas tonterías que se dicen para quedar más guay que la copón y hacerse el chulo y el emotivo delante de la peña, además de todo eso, digo, yo creo que es un pérdida de tiempo que no debería tener perdón, porque a ver qué pollas hago yo aquí pegando voces y vosotros ahí abajo escuchándome cuando la Feria está que arde de sábado y comienzo, de pinchito y salero, de tómbola, de aguaducho, de sombrero y escandalera, de triquitrí, de tracatrá, de «cucha tú», de «ay por dios» y con los meaderos todavía limpios, se supone. Que la Feria son siempre muy pocos días, por muchos que les pongan, y nunca les ponen tantos los tíos rácanos estos que reparten y nos gobiernan la diversión; que la Feria se pasa en «ná», que la Feria dura lo que dura dura y al final nos encontramos con que sólo nos queda el polvazo en los zapatos y en los perniles de los calzones y unas ganas de seguir que te cagas, con los chiquillos desolados y la cartera boquiabierta por el desconcierto. Así que voy a procurar ser breve, que no quiero que me guardéis rencor por haberos robado un tiempo de diversión con la leche el pregoncito, que ya bastante tengo, «jamía». Además me han dicho que a la cabalgata ya no la pueden sujetar por más tiempo, que los gigantes se han hecho fuertes y tienen a dos munipas de rehenes, los cabezudos carecen de consuelo por el mal rato que les estamos haciendo pasar y los cristianos andan intimando demasiado con los moros, para matar el rato, y veremos a ver si no los vamos a tener que separar a «chillíos» contrarios al mestizaje cultural.
A ver: yo no voy a poder hablaros de aquellas ferias de «ganao», con sus picaruelos tratantes, sus moscas licenciadas en Humanidades y sus mulas llenas de mataúras, que sé que es lo bonito por lo que tiene de blanco y negro y de nostalgia costumbrista: primero, porque yo no viví aquello, y segundo porque de eso ya se ha hablado en pregones quinientas veces y va a haber que ir renovando, que para pestiñazos repetidos ya tenemos donde elegir en la vida. Tampoco se me pone en el ánimo hacer historia de legajo y papelote y contarles, una vez más, que el Condestable Miguel Lucas de Iranzo regentaba por las noches un tenducho de moricas corpulentas que se peían con bravura en la cara de los degenerados jienenses y forasteros que pagaban para ello. Lo tenía por ahí por el Gran Eje, más o menos donde hoy está la Universidad Popular, y como ya sabe todo el mundo —porque mira que se ha repetido veces esta historia, más que la de «que le den por culo a Perales»—, una noche de parroquia escasa se le presentó San Lucas y, entre cuescazo y cuescazo de morica bigarda y entre las risotudas carcajadas del Condestable —porque mira que tronaba Jabalcuz cuando se reía ese hombre—, decidieron que Jaén iba a tener la última Feria del año, la más llovida, la más prieta y la más alejada del andalucismo hartizo, obligado y papanatas al que se estaban apuntando por ahí abajo. No señor: de esas leyendas, tan recurrentes y útiles para los pregones festivos, ya estamos un poco empachados, vamos a reconocerlo. Bonito papel haría uno si vuelve sobre los pasos de tantos pregoneros sanlucasianos que nos han frito con aquello tan jaenerísimo de la pastira enamorada, de nombre Josefina, a la que su padre —un tal Julián, apodado el Sangruza, emparentado con los Pollagorda según algunos eruditos insaciables que no tienen otra cosa que hacer más que tratar de demostrar que había vínculos familiares entre Pollagordas y Sangruzas—, aquella pastira, digo, a la que su padre, hace tres o cuatro siglos, no permitió salir de feria por no aprobar los amores que se traía con el chirri Jacinto, que era el encargado de soplarles la pelusa a los canutillos del puesto de vino dulce y de pincharles en el culo a los pisadores de uvas cuando paraban, que en aquellos tiempos eran dos gachones de verdad, más tarde vinieron los Derechos Humanos y hubo que sustituirlos por los muñecos que aterrorizaron nuestras infancias en tanto nuestros titos se ponían joncha la diabetes y, si acaso, te daban un traguillo, no sé yo qué era peor. ¿Es necesario, pues, que repita hoy aquí el consabido desenlace de la pastira Josefina y el chirri Jacinto, aquello tan terrible de terminar sus cuitas malamadas ahogándose a cosa hecha en sendos tinajones del aceite del churrero del puesto de al lado, que era de oliva sin más, ni virgen ni extra ni gaitas, el aceite de los pobres, y describir con esa fruición tan morbosa e innecesaria de otros cronistas cómo les asomaban las patas por la boca de los tinajones y cómo a la chiquillería hambrienta de la época le daba igual y seguía mojando chuscos de pan para hacerse un canto mientras el jolgorio y el «¡piri-biri-piri-biri-piri-bí!» de los coches locos no paraba alrededor de la tragedia? Historias de un Jaén antiguo y aburridísimo con el que nuestras abuelas nos untaban el «pralín» en el «bimbollo», sin sabérselas muy bien tampoco, como aquella otra del lagarto que resucitó, se bajó de la Magdalena al ferial, atraído por los bocadillos de la caseta de Izquierda Unida, sembró el pánico como es debido y volvió a reventar gracias al valor de unos cuantos caseteros, que le dieron a beber su mejor y más potente garrafón reserva Feria de San Lucas. Me niego, me niego, ¡me niego! Vamos a la feria de hoy, de ahora, la que está por ver y por mejorar, la que recordamos sin que nos la cuenten y la que esperamos contar el año que viene si el Montané quiere y el Segovia lo mantiene vivo.
Y eso que a mí me ha tocado pregonar la Feria de la crisis, bendito encargo, veremos a ver cómo bajamos al ferial, si cantando «ya huele a feria, ya huele a feria, ya huele a feria» o murmurando el «perdona a tu pueblo, Señor» mientras nos acordamos de los ineptos a los que les pagamos un pastón precisamente para que mantengan alejada de nosotros la mala ruinica que tenemos encima, debajo y a un lado. Pero bueno, en época de crisis, a mal tiempo, abrigo viejo, paraguas parcheado, depresión quitada a pescozones y sonrisa oriental de buen augurio y mejores ratos venideros. Qué remedio, si nos van a dar igual. Mientras la crisis no afecte al impresionante cariño que nos tenemos todos en la feria… Porque, eso sí, qué tendrá San Lucas que, entre «cuchi ese qué gordo se ha puesto» y «cuchi esa qué apañá está», te impulsa a darle a un abrazo incluso al hijolgori cuyo aceitillo de las bisagras del ataúd de sus muertos a lo mejor no has tenido más remedio que mentarle el día anterior, «contri» más si encima el pavo o la pava no te cae mal del todo y parece que hace un pilón de años que no lo ves, cuando la última vez fue la semana pasada. Serán los copazos, digo yo, o el polvillo que se te mete en la nariz (me refiero al albero) o esa sensación tan propia de las abuelillas en jarana, que cuanto mejor se lo pasan más desconfían de seguir vivas y con salud para la próxima francachela y no paran de estar a bien con todo el mundo. O puede que sea también esa cosa de campamento que tiene la feria, donde los perifollos duran poco emperifollados, las corbatas se ajan mucho antes de desaparecer de los gaznates, los hígados se confunden con el corazón, la boca se te seca de mala baba y el que se cabrea tira la garrota y cuando va a por ella ya la tiene rota. Siempre hubo ferias mejores, claro que sí, pero la buena es esta, la que toca, no me vengáis con chominás, y os lo dice y aconseja un feriero convencido, un feriero de los de dos de la tarde a siete de la mañana, como debe ser, con media hora para el bocadillo de panceta con chimichurri y sin derecho a siesta. Así que atended, jaeneros: esta es nuestra feria, nuestro merecido despiporre de cada año, y a ver qué crisis tiene huevos de venir a deslucirla, que le vamos a estar dando palos hasta que consienta venirse con nosotros de buenas a comerse unas migas tiesas, una paella con polvo y un turrón llenico avispas, y después a la noria, tres viajes, a mezclar dando vueltas.
Feria de día, feria de tarde, feria de noche y de madrugada; feria en el ferial, en la casa de uno, en el cocherón de tu cuñao y, por favor, hombre, vamos a ver si cuajamos de una puñetera vez la feria también aquí arriba, cago en el copetín, la feria que no terminamos de tener en el casco antiguo. ¿Y será por tascas, cojollos, será por tascas? Lo que pasa es que, claro, antes es más fácil tirar la catedral a huevazos que poner de acuerdo a un tabernero de Jaén con otro tabernero de Jaén. Y aquí lo que hace falta es consenso y menos mala follá, menos recelos: sacar los mostradores de lata a la calle, enchufar la goma de la cerveza a la pared, poner a berrear altavoces con muchos Chunguitos y muchos melenchones, espolear al mocerío, colocarse un rosetón en el pelo y hacer de este casco antiguo una caseta común, la más popular y la más nuestra, para que todo no sean Chilindrinas de esas sin gracia y concursos de pañitos, tú díselo a estos del Ayuntamiento y verás como no ponen pegas, que aquí las pegas las ponen la sangre gorda de algunos, y si las ponen nos revolucionamos, los dejamos encerrados en el salón de plenos y tomamos la ciudad a nuestro modo, que ya está bien de tibiezas, que los tenemos muy mal «acostumbraos», que se aprovechan de la quejica y a otra cosa, «qué mal está esto, pero ahora me tengo que ir a la casa, que me se pasa el arroz».
Pero antes de cometer disparates y cosas de mucha risa, propongo varios brindis para finalizar. Vamos a brindar por los recovecos de San Lucas, por lo que no veía el Condestable ni tampoco se fijan mucho los condestables de ahora. Brindemos por el destornillador mágico que lleva en el bolsillo de atrás el operario pelijas de los coches locos; brindemos por el pirulo distintivo (hecho de cartones de tabaco) del gachón que nos vende el Winston de contrabando; brindemos por la choni que vomita «to» lo que «sa metío» y por la otra choni que le sujeta la cabeza y le dice «vamos, Yeni, ni pollas, ca’venío el Yonatan y me quiero enrolláh»; brindemos por el arte que tienen algunos encargados de plancha en las casetas del papeo rascándose el ojete de media anqueta mientras le dan la vuelta a la morcilla; brindemos por la fecha de caducidad del turrón que uno consigue echándole monedas de veinte céntimos y por el cartel que dice que no es reglamentario chupar las monedas de veinte céntimos antes de arrojarlas; brindemos por la voluntad y la moral del pijandrón que se va a la feria vestido de rociero y con un tamboril colgado en la ingle en pro de no sé qué estampa; brindemos por la satisfacción que le entra a uno cuando pilla un sombrero de los bonicos para la Ainoha, que está que se parte y eso son puntos, con las ganas que tenía el angelico de pillar un sombrero; brindemos por los carteristas chinorris, por las rumanas floristas, por el colgado mocarrón que se te pega y te da la brasa, por el faldón de la camisa por fuera; brindemos por el tufillo a caca de tigre y a ropa tendida de payaso que nos viene del circo «Roma Dola»; brindemos por la sofocación que nos da a los timoratos eso de mear en los urinarios de reglamenteción masculina rodeados de mujeres vejigales que ya no respetan ná ni tienen vergüenza; brindemos por la sabiduría atónita o lánguida del que vende los tikets en la caseta esa que está siempre pelada de gente y a la que sigue sin entrar ni dios; brindemos por la baba en chorrito que riega los gajos de coco, por el gurruño muerto y renegrido de algodón dulce que nunca falta tirado junto a un charco, por los microbios que deja el tío en las bolsitas de cañamones cuando les sopla para abrirlas y llenarlas (de cañamones); brindemos por el puñetazo que nunca nos resistimos a darle a las máquinas esas de pegar puñetazos y que la puntuación nos diga que somos tremendos; brindemos por el toro al que van a matar en La Alameda, por el enano del que se van a reír en La Alameda, por la Mujer Jaenera que yo ya no sé si se sigue haciendo en La Alameda… El caso es brindar.
Queden ustedes en paz, jaeneros, forasteros, amigos, vecinos, primos, alcaldas, concejales, gerentes de la vida, Cristina. Viva Jaén cuando sale de marcha, vivan los jienenses cuando se apuntan y viva San Lucas cuando se deja la santidad en sus glorias y se viste de drag-queen para pasar desapercibido en su Feria.
¡«Ámonos» que nos vamos y diversión que te crió!
En realidad, esto de pregonar la Feria de San Lucas de la tierra de uno, además del honor y la emoción y la satisfacción y todas esas tonterías que se dicen para quedar más guay que la copón y hacerse el chulo y el emotivo delante de la peña, además de todo eso, digo, yo creo que es un pérdida de tiempo que no debería tener perdón, porque a ver qué pollas hago yo aquí pegando voces y vosotros ahí abajo escuchándome cuando la Feria está que arde de sábado y comienzo, de pinchito y salero, de tómbola, de aguaducho, de sombrero y escandalera, de triquitrí, de tracatrá, de «cucha tú», de «ay por dios» y con los meaderos todavía limpios, se supone. Que la Feria son siempre muy pocos días, por muchos que les pongan, y nunca les ponen tantos los tíos rácanos estos que reparten y nos gobiernan la diversión; que la Feria se pasa en «ná», que la Feria dura lo que dura dura y al final nos encontramos con que sólo nos queda el polvazo en los zapatos y en los perniles de los calzones y unas ganas de seguir que te cagas, con los chiquillos desolados y la cartera boquiabierta por el desconcierto. Así que voy a procurar ser breve, que no quiero que me guardéis rencor por haberos robado un tiempo de diversión con la leche el pregoncito, que ya bastante tengo, «jamía». Además me han dicho que a la cabalgata ya no la pueden sujetar por más tiempo, que los gigantes se han hecho fuertes y tienen a dos munipas de rehenes, los cabezudos carecen de consuelo por el mal rato que les estamos haciendo pasar y los cristianos andan intimando demasiado con los moros, para matar el rato, y veremos a ver si no los vamos a tener que separar a «chillíos» contrarios al mestizaje cultural.
A ver: yo no voy a poder hablaros de aquellas ferias de «ganao», con sus picaruelos tratantes, sus moscas licenciadas en Humanidades y sus mulas llenas de mataúras, que sé que es lo bonito por lo que tiene de blanco y negro y de nostalgia costumbrista: primero, porque yo no viví aquello, y segundo porque de eso ya se ha hablado en pregones quinientas veces y va a haber que ir renovando, que para pestiñazos repetidos ya tenemos donde elegir en la vida. Tampoco se me pone en el ánimo hacer historia de legajo y papelote y contarles, una vez más, que el Condestable Miguel Lucas de Iranzo regentaba por las noches un tenducho de moricas corpulentas que se peían con bravura en la cara de los degenerados jienenses y forasteros que pagaban para ello. Lo tenía por ahí por el Gran Eje, más o menos donde hoy está la Universidad Popular, y como ya sabe todo el mundo —porque mira que se ha repetido veces esta historia, más que la de «que le den por culo a Perales»—, una noche de parroquia escasa se le presentó San Lucas y, entre cuescazo y cuescazo de morica bigarda y entre las risotudas carcajadas del Condestable —porque mira que tronaba Jabalcuz cuando se reía ese hombre—, decidieron que Jaén iba a tener la última Feria del año, la más llovida, la más prieta y la más alejada del andalucismo hartizo, obligado y papanatas al que se estaban apuntando por ahí abajo. No señor: de esas leyendas, tan recurrentes y útiles para los pregones festivos, ya estamos un poco empachados, vamos a reconocerlo. Bonito papel haría uno si vuelve sobre los pasos de tantos pregoneros sanlucasianos que nos han frito con aquello tan jaenerísimo de la pastira enamorada, de nombre Josefina, a la que su padre —un tal Julián, apodado el Sangruza, emparentado con los Pollagorda según algunos eruditos insaciables que no tienen otra cosa que hacer más que tratar de demostrar que había vínculos familiares entre Pollagordas y Sangruzas—, aquella pastira, digo, a la que su padre, hace tres o cuatro siglos, no permitió salir de feria por no aprobar los amores que se traía con el chirri Jacinto, que era el encargado de soplarles la pelusa a los canutillos del puesto de vino dulce y de pincharles en el culo a los pisadores de uvas cuando paraban, que en aquellos tiempos eran dos gachones de verdad, más tarde vinieron los Derechos Humanos y hubo que sustituirlos por los muñecos que aterrorizaron nuestras infancias en tanto nuestros titos se ponían joncha la diabetes y, si acaso, te daban un traguillo, no sé yo qué era peor. ¿Es necesario, pues, que repita hoy aquí el consabido desenlace de la pastira Josefina y el chirri Jacinto, aquello tan terrible de terminar sus cuitas malamadas ahogándose a cosa hecha en sendos tinajones del aceite del churrero del puesto de al lado, que era de oliva sin más, ni virgen ni extra ni gaitas, el aceite de los pobres, y describir con esa fruición tan morbosa e innecesaria de otros cronistas cómo les asomaban las patas por la boca de los tinajones y cómo a la chiquillería hambrienta de la época le daba igual y seguía mojando chuscos de pan para hacerse un canto mientras el jolgorio y el «¡piri-biri-piri-biri-piri-bí!» de los coches locos no paraba alrededor de la tragedia? Historias de un Jaén antiguo y aburridísimo con el que nuestras abuelas nos untaban el «pralín» en el «bimbollo», sin sabérselas muy bien tampoco, como aquella otra del lagarto que resucitó, se bajó de la Magdalena al ferial, atraído por los bocadillos de la caseta de Izquierda Unida, sembró el pánico como es debido y volvió a reventar gracias al valor de unos cuantos caseteros, que le dieron a beber su mejor y más potente garrafón reserva Feria de San Lucas. Me niego, me niego, ¡me niego! Vamos a la feria de hoy, de ahora, la que está por ver y por mejorar, la que recordamos sin que nos la cuenten y la que esperamos contar el año que viene si el Montané quiere y el Segovia lo mantiene vivo.
Y eso que a mí me ha tocado pregonar la Feria de la crisis, bendito encargo, veremos a ver cómo bajamos al ferial, si cantando «ya huele a feria, ya huele a feria, ya huele a feria» o murmurando el «perdona a tu pueblo, Señor» mientras nos acordamos de los ineptos a los que les pagamos un pastón precisamente para que mantengan alejada de nosotros la mala ruinica que tenemos encima, debajo y a un lado. Pero bueno, en época de crisis, a mal tiempo, abrigo viejo, paraguas parcheado, depresión quitada a pescozones y sonrisa oriental de buen augurio y mejores ratos venideros. Qué remedio, si nos van a dar igual. Mientras la crisis no afecte al impresionante cariño que nos tenemos todos en la feria… Porque, eso sí, qué tendrá San Lucas que, entre «cuchi ese qué gordo se ha puesto» y «cuchi esa qué apañá está», te impulsa a darle a un abrazo incluso al hijolgori cuyo aceitillo de las bisagras del ataúd de sus muertos a lo mejor no has tenido más remedio que mentarle el día anterior, «contri» más si encima el pavo o la pava no te cae mal del todo y parece que hace un pilón de años que no lo ves, cuando la última vez fue la semana pasada. Serán los copazos, digo yo, o el polvillo que se te mete en la nariz (me refiero al albero) o esa sensación tan propia de las abuelillas en jarana, que cuanto mejor se lo pasan más desconfían de seguir vivas y con salud para la próxima francachela y no paran de estar a bien con todo el mundo. O puede que sea también esa cosa de campamento que tiene la feria, donde los perifollos duran poco emperifollados, las corbatas se ajan mucho antes de desaparecer de los gaznates, los hígados se confunden con el corazón, la boca se te seca de mala baba y el que se cabrea tira la garrota y cuando va a por ella ya la tiene rota. Siempre hubo ferias mejores, claro que sí, pero la buena es esta, la que toca, no me vengáis con chominás, y os lo dice y aconseja un feriero convencido, un feriero de los de dos de la tarde a siete de la mañana, como debe ser, con media hora para el bocadillo de panceta con chimichurri y sin derecho a siesta. Así que atended, jaeneros: esta es nuestra feria, nuestro merecido despiporre de cada año, y a ver qué crisis tiene huevos de venir a deslucirla, que le vamos a estar dando palos hasta que consienta venirse con nosotros de buenas a comerse unas migas tiesas, una paella con polvo y un turrón llenico avispas, y después a la noria, tres viajes, a mezclar dando vueltas.
Feria de día, feria de tarde, feria de noche y de madrugada; feria en el ferial, en la casa de uno, en el cocherón de tu cuñao y, por favor, hombre, vamos a ver si cuajamos de una puñetera vez la feria también aquí arriba, cago en el copetín, la feria que no terminamos de tener en el casco antiguo. ¿Y será por tascas, cojollos, será por tascas? Lo que pasa es que, claro, antes es más fácil tirar la catedral a huevazos que poner de acuerdo a un tabernero de Jaén con otro tabernero de Jaén. Y aquí lo que hace falta es consenso y menos mala follá, menos recelos: sacar los mostradores de lata a la calle, enchufar la goma de la cerveza a la pared, poner a berrear altavoces con muchos Chunguitos y muchos melenchones, espolear al mocerío, colocarse un rosetón en el pelo y hacer de este casco antiguo una caseta común, la más popular y la más nuestra, para que todo no sean Chilindrinas de esas sin gracia y concursos de pañitos, tú díselo a estos del Ayuntamiento y verás como no ponen pegas, que aquí las pegas las ponen la sangre gorda de algunos, y si las ponen nos revolucionamos, los dejamos encerrados en el salón de plenos y tomamos la ciudad a nuestro modo, que ya está bien de tibiezas, que los tenemos muy mal «acostumbraos», que se aprovechan de la quejica y a otra cosa, «qué mal está esto, pero ahora me tengo que ir a la casa, que me se pasa el arroz».
Pero antes de cometer disparates y cosas de mucha risa, propongo varios brindis para finalizar. Vamos a brindar por los recovecos de San Lucas, por lo que no veía el Condestable ni tampoco se fijan mucho los condestables de ahora. Brindemos por el destornillador mágico que lleva en el bolsillo de atrás el operario pelijas de los coches locos; brindemos por el pirulo distintivo (hecho de cartones de tabaco) del gachón que nos vende el Winston de contrabando; brindemos por la choni que vomita «to» lo que «sa metío» y por la otra choni que le sujeta la cabeza y le dice «vamos, Yeni, ni pollas, ca’venío el Yonatan y me quiero enrolláh»; brindemos por el arte que tienen algunos encargados de plancha en las casetas del papeo rascándose el ojete de media anqueta mientras le dan la vuelta a la morcilla; brindemos por la fecha de caducidad del turrón que uno consigue echándole monedas de veinte céntimos y por el cartel que dice que no es reglamentario chupar las monedas de veinte céntimos antes de arrojarlas; brindemos por la voluntad y la moral del pijandrón que se va a la feria vestido de rociero y con un tamboril colgado en la ingle en pro de no sé qué estampa; brindemos por la satisfacción que le entra a uno cuando pilla un sombrero de los bonicos para la Ainoha, que está que se parte y eso son puntos, con las ganas que tenía el angelico de pillar un sombrero; brindemos por los carteristas chinorris, por las rumanas floristas, por el colgado mocarrón que se te pega y te da la brasa, por el faldón de la camisa por fuera; brindemos por el tufillo a caca de tigre y a ropa tendida de payaso que nos viene del circo «Roma Dola»; brindemos por la sofocación que nos da a los timoratos eso de mear en los urinarios de reglamenteción masculina rodeados de mujeres vejigales que ya no respetan ná ni tienen vergüenza; brindemos por la sabiduría atónita o lánguida del que vende los tikets en la caseta esa que está siempre pelada de gente y a la que sigue sin entrar ni dios; brindemos por la baba en chorrito que riega los gajos de coco, por el gurruño muerto y renegrido de algodón dulce que nunca falta tirado junto a un charco, por los microbios que deja el tío en las bolsitas de cañamones cuando les sopla para abrirlas y llenarlas (de cañamones); brindemos por el puñetazo que nunca nos resistimos a darle a las máquinas esas de pegar puñetazos y que la puntuación nos diga que somos tremendos; brindemos por el toro al que van a matar en La Alameda, por el enano del que se van a reír en La Alameda, por la Mujer Jaenera que yo ya no sé si se sigue haciendo en La Alameda… El caso es brindar.
Queden ustedes en paz, jaeneros, forasteros, amigos, vecinos, primos, alcaldas, concejales, gerentes de la vida, Cristina. Viva Jaén cuando sale de marcha, vivan los jienenses cuando se apuntan y viva San Lucas cuando se deja la santidad en sus glorias y se viste de drag-queen para pasar desapercibido en su Feria.
¡«Ámonos» que nos vamos y diversión que te crió!
2 comentarios:
Señor Tíscar, hoy por fin desde casa te puedo felicitar, (en el curro está "capao" eso de hacer comentarios). Pues nada, que leyendo el Diario de nuestros Jaenes, vi el artículo de portada donde aparecía vos... ¡¡Madre!! ¡madre! Vaya pedazo de pregón, eso es un pregonazo. Espero que te divirtiéses escribiéndolo, pregonándolo y viendo a los jaenitas cómo te escuchaban. Desde los madriles, un abrazo Señor Tíscar.
Una castaña de pregon, Sr. Tiscar. Una ordinariez impropia para menores que estan esperando una cabalgata.
En su estilo...
Publicar un comentario