Pero qué historia más bonita, oye. Con la presunción de inocencia por delante y al margen de los hechos más o menos reales en los que uno pueda inspirarse, ¡vaya historión! Qué novela. Ni “La catedral del mar” ni “El código Davinci” ni “La sombra del viento” ni “La Poetisa” ni chorrinillas en vinagre: la historia ficticia de un cura que le estafa un pastón a otro cura ayudado por un gitano que mendigaba en la puerta de la parroquia y que posiblemente se traía una extorsión con los sacerdotes entre “una limosnita, por caritud” y “así se te atragante el Credo, so agonías”. El caso ocurre en una pequeña capital de provincias achicharrada por el sol secorro que crían los olivos y podría investigarlo un comisario ex ateo al que le gustan mucho los bocadillos de choped y también asustar perros a voces cuando los animalitos duermen la siesta. Jo, cuánto campo narrativo, qué margen de movimientos. Podemos meter, si acaso, un par de monjas brujotas que venden mantecados aquelarrísticos y que tienen la manía y el feo vicio de levantarse los hábitos a la primera de cambio para que todo el mundo le vea el espumillón con que se adornan la rinconada. Ay, dios, que ya tengo argumento para mi próxima novela. Verás como viene un hijolgori y me lo roba.
26.6.08
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