24.6.10

Nada

Ya sé que hay formas muy elegantes y disimuladas y correctas y planificadas y discretas y positivas y hasta graciosas e incluso geniales de escribir y escribir y escribir letra tras letra, sílaba tras sílaba, palabra tras palabra y, en definitiva, no decir nada; pero es que a mí esos métodos no me los enseñaron en la escuela de columnistas o a lo mejor sí me los enseñaron pero yo no atendí lo suficiente o me puse malo o no me interesaba en absoluto, yo qué sé, ya ni me acuerdo. El caso es que hay una gran diferencia entre no tener nada que decir y no querer decir nada. Por ejemplo: cuando no tienes nada que decir y hay que decir algo, lo más a mano que tiene uno es contar lo que ve a través de su ventana: la vecina tendiendo, el pájaro que pasa, el ancianito que cruza la calle, el perro que rebrinca y ladra todo contentillo y todo eso, con lo cual uno hace la columna visual que, te pongas como te pongas, siempre queda pestiñazo. Sin embargo, cuando uno no quiere decir nada, la cosa se complica, porque, también te pongas como te pongas, al final terminas diciendo algo, como en este caso, como en todos los casos, por lo cual tu voluntad se rebela contra ti y vienen los alaridos, los golpes de pecho y el rechinar de los dientes. Ah, y los ayes, se me olvidaba que los ayes vienen también.

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