26.2.10

¡La niñata!

Te enteras de que la niña, ¡la niñata!, se ha comprado unas pildoricas del día después y le saltas el piercing de un guantazo; te enteras de que la niña, ¡la niñata!, se pone guapa para irse a la clínica a abortar, sin tu permiso, que es lo peor, y le borras el tatuaje de un hostión; te enteras de que la niña, ¡la niñata!, tiene relaciones sexuales con el pelele ese de la gorra y los pantalones en el culo y le desenredas las rastas a cogotazos, persiguiéndola por el pasillo. Eres un padre ejemplar que se ha deslomado trabajando para sacar la familia adelante y te deben un respeto: te deben guardarse el toto hasta el día de la boda, te deben que la boda no sea con el de la pella en el culo, te deben los pendientes en las orejas, como Dios manda, las carnes limpias de garabatos legionarios y los pelos bien puestos, te deben una recompensa por haberte matado para poner a la niña, ¡a la niñata!, así de hermosa. Qué poco pides y cuánto te deben. Pides que tu hija sea una mujer como las de toda la vida, no pides más, y se lo exiges a tortas que a ti te duelen más que a ella, hasta que averiguas que la culpa es del Gobierno, de Zapatero y sus rojas, ¡rojas!, y descubres a una inocente a la que le sangra un oído y que ya no llora porque aprieta los dientes. Y acudes a lamerla, arrepentido. Qué enfermo estás.

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