22.9.09

La estafa

De momento le voy a soltar yo 1.500 euros a un gachón como señal para una casa de aire. Ni 1.500 ni 500 ni 5 euros. ¿Y por qué? Pues porque yo no aguanto ni dos minutos el tostón de un sonsolico palabrero y pestiñazo que quiera convencerme de algo, me da igual de lo que sea; por eso: porque antes que un piso ganga prefiero ocho mil veces que me dejen en paz con la mierda la casquera. Ya hay que ser confiado, ¿eh? Aunque si tenemos en cuenta que aquí todavía hay quien sigue queriendo engañar al cipotón que porta un taco de estampitas, más que confiado lo que hay que ser es tonto. Tonto pero tonto. O sea tonto de tonto. Y hay que decirlo, oiga. Acurrucando y llamando “pobreticos” a los que caen en este tipo de estafas no arreglamos nada, al contrario, les ablandamos el callo y vuelven a colársela. Ay, esas gangas. Lo mejor que puede pasarle a un estafador es toparse con uno de esos personajes (y en Jaén abundan) convencidos de que los chollos que ellos pillan no los pilla nadie por la sencilla razón de que ellos se las saben todas y los demás son unos pringaos. A esos, denominados “sabeores”, se la suelen meter doblada y hasta la misma pelambrera. No digo que los estafados en Jaén sean todos unos “sabeores”, pero estoy seguro que habrá muchos. ¡Huy si habrá!

1 comentario:

Juan Carlos Garrido dijo...

De no haber listillos, no habría timos. Y, de no haber ansias de sacarle las mantecas al prójimo, tampoco.

Saludos.