8.4.09

Ese niño

Está el niño de la trompetilla de plástico que no falta ninguna Semana Santa desde que la Semana Santa y el plástico se inventaron. Es el mismo niño de la trompetilla de plástico, siempre, que viene de siglos con su instrumento falseado, con la trompetilla de plástico que sus distraídos padres le han adquirido en un carretón ambulante para su contento y dedicación. Ese niño. Un niño regordete y cabezón, de mirada algo torva y provisto de un par de prodigiosos mofletes capaces de albergar más aire que una damajuana. Está en todas partes durante la Semana Santa, tan feliz con su trompetilla de plástico: en el bar, en el médico, en el portal, en la calle, en las cuevas de Altamira y en los tálamos nupciales, en todos los reductos de la existencia. Y toca, toca su trompetilla de plástico incesantemente, soplando con babas por el pitorrito hasta alcanzar un paroxismo de agudo y ronco que berrea, sin tregua, sin fin, sellado el resto de los orificios de su cuerpo, con los ojos desorbitados y el pescuezo pétreo, soplando, soplando, soplando hasta embarcar al personal en un viaje alucinante que va más allá del control de los sentidos, revirado en paciencia, abocado al grito. Es el niño de la trompetilla de plástico, no falla, serafín de la estridencia, angelito bocón y joioporculo.

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