4.2.09

Al adoquín

Volvemos al adoquín como quien vuelve al tabaco de liar, a la máquina de escribir y a la casa de citas. Antes, las calles se empedraban para que las bestias no resbalasen; ahora es para hacer bonito, para hacer antiguo, por el Patrimonio y para que los neumáticos suenen trocotró trocotró trocotró, grata melodía con arreglos de pitos, no de rebuznos. Volvemos al adoquín como quien vuelve a la musicassette, al cisco y a la cataplasma. Cuando los señores de la Humanidad vengan a echarle un último vistazo a la parroquiota de la plaza Santa María y vean lo adoquinado que está el camino de Bernabé, no lo dudarán ni un segundo: aquí hay adoquín, aquí hay gloria, y se irán a La Barra a celebrarlo entre grandes risotadas y haciendo así con las manos ante el asombrado gentío. Volvemos al adoquín como quien vuelve a las noticias de galena, a sacar el santo para que llueva y a las meneantas de cine. Las cofradías ya ven sus pasacalles católicos pisando de lujo en lo antiguo de la pedrusca y pronto alguien caerá en que faltan carruajes y boñigas que contrasten con el tranvía caminito del progreso. Volvemos al adoquín como quien vuelve a la tuna, al No-Do y a los romances de ciego. Se fueron La Perdiz, la óptica Elba y la papelería Santo Rostro, pero volvemos al adoquín.

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