7.1.09

Enemigos

Hay enemigos muy leales, honrados, sinceros y honestos con los que uno se encariña y hasta llega a comprender la enemistad que les mueve y la tirria que te tienen. Enemigos que dan la cara, que jamás hablan bien de ti por más que, ante ciertas personas presentes, les convenga: enemigos de vocación inquebrantable, la cual se preocupan de ir renovando cada cierto tiempo para que no se les ponga blanda o la caducidad se la enmohezca. Son los enemigos que saludan —sólo saludan— cuando te cruzas con ellos. En cambio, los otros, los enemigos de chichinabo, los prescindibles y mosconeantes enemigos, son los que se paran a darte el pestiño con que vienen del médico o con que tienen que ir a la imprenta a recoger no sé qué folletos, y que después siguen su camino escupiendo el asco que les ha dado tenerte cerca y deseándote lo peor. Enemigos sodomitas, les llamo yo, porque como disfrutan es dándote por detrás, jamás a la cara, y son capaces hasta de emocionarse enumerándole tus virtudes a alguien que te aprecia. Qué duda cabe de que existe una categoría moral para ser un buen enemigo, de la que ellos carecen por más que la busquen por el suelo entre las cáscaras de gamba y los galipollos, arrastrándose a cuatro patas.

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