15.9.08

La hucha

El otro día, uno de los obreros que curran en las obras de remodelación del Gran Eje tuvo la ocurrencia de aproximar el pulgar y el índice juntos al canalillo de una moza despecheretada que se hallaba trasteando algo en su moto. “Si tuviera un euro te lo metía en la hucha”, le dijo el operario, a lo mejor en un arranque de sin par generosidad, a lo que la mocica, en casticísimo jaenero, con su puntito choni y un sensacional desparpajo, respondió: “¿Y por qué no me comes el (piiiiii) y así te sale más barato?”. He ahí la liberación de la mujer, pensé inmediatamente, antes de que lo pensara otro; pero sobre todo —pensé también, porque ese día es que estaba uno muy pensador— he ahí la muerte por asesinato que las nuevas generaciones de muchachas bonicas vienen practicando contra la intromisión verbosexual del macherío bocalindrón. Con dos falopios, sí señor. Sin embargo, puestos a piropear, hay que reconocer que se pasa menos vergüenza ajena si el requiebro es venéreamente explícito en vez de esos otros que, cargados de la misma intención folletera, te tiran para atrás por lo cursis y trasnochados, tipo: “Vete por la sombra, que el sol derrite los bombones” y “Nene, llama al Cielo, que ya ha aparecido el ángel”. Contra esos también deberíais rebelaros, niñas.

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