22.5.08

La condición humana

Lo malo de la soledad es cuando fabrica pelmazos, eso es lo malo de la soledad: cuando fabrica pelmazos. Lo demás son literaturas y chominás. Yo es que estoy muy solo, yo es que estoy muy solo, yo es que estoy muy solo… ¿Y a mí qué me cuenta, oiga? Cómprese un perro o un cerdito vietnamita, pero, por favor, sáqueme el dedo del ojo, que me molesta. La condición humana, más que frágil y todas esas cosas que se dicen para quedar filósofo y chulérico en las tertulias y en las sinopsis de las novelas, es un pestiño revenido de monja tontorra y meona. Uno no puede ponerse a meditar —con la sensibilidad debida— sobre la condición humana mientras el gilipollas desconocido que se te ha pegado te está contando cómo se hace una roza en condiciones o por qué la amistad no puede compararse con una ensalada de pimientos, por no hablar del que, con mucha convicción, te asegura: Muoool gggrrr ñoj zuzu puoooi ñi ñi ñi tretijafafa…, que es lo único inteligible que le permite pronunciar el castañón que arrastra, casi siempre de dyc-pepsi, que ya hay que tener poca vergüenza, maldita sea. La soledad padecida no da ningún derecho a ir por ahí tocando el pelotamen, excepto que el solo sea sola y esté buena. Ay, la condición humana.

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