14.2.07

Porque imaginar no cuesta

Imaginemos que ese meneo de tres grados en la escala Richter que nos llegó el otro día desde Portugal hubiese tenido especial efecto en la capital jaenina. Imaginemos que el terremotillo sacudió hábil y delicadamente no sólo edificios, coches y la cristalería buena de la tita Mariló, sino también conciencias, maneras de ser e ideologías. Imaginemos que, tras el pequeño tantarantán natural, muchos o algunos paisanos han notado de pronto que ya no pueden pensar tan en facha, tan en mojigato, tan en hipócrita, tan en rancio. Que los que portaban dos malas leches en los costados de la intención se han visto repentinamente aliviados del peso de una y que a la otra se le ha agrietado el cántaro y rezuma, se desperdicia en chorritos la calle abajo. Imaginemos, sí, que un mínimo escalofrío de la tierra que pisamos (y pisoteamos) ha bastado para que ciertos habitantes de este Jaén lagártico y traidor, escondido y cobarde, se hayan muerto del susto de descubrirse a sí mismos y así lo especifiquen luego sus deudos en las esquelas, al margen de la bendición de Su Santidad y esas tonterías tan bonitas. Que el terremoto se dejó sentir sobre todo en los muladares de los corazones jaenitas, tan podridos y saludables.

2 comentarios:

Silvio Gnisci Morgach dijo...

Este artículo bien valdría un premio, gachó.
Muy literario, mu bonico todo él.

Raquel dijo...

No creas, Jesús, precisamente de lo que este país nuestro anda escaso es de imaginación, que no cuesta, pero nos cuesta...