1.11.06

La enterraron por la tarde...

Las mujeres que habitan mi casa son muy de los muertos. Algunas de las más viejas incluso ejercieron de amortajadoras y acicalatrices de difuntos allá en sus pueblos de soletazo y pimientos colgados. Y, si les quedaba tiempo, también hacían de plañideras, fíjese usted qué cosa más bonita. Eran los tiempos en que los muertos vivían en su ambiente, con los suyos, en su salsilla, junto a sus cómodas y a sus bacines, y nos les pegaban la boca con supergén, vaya una falta de respeto. Así que esta noche es sagrada para las mujeres que habitan mi casa; tanto, que de nada me sirve la autoridad a la que las tengo acostumbradas y obligatoriamente he de asistir al rito, en vez de irme por ahí de Halloween y de violinistas pálidas, que es lo que a mí me mola, coño. No obstante, la cosa tiene su belleza y su literatura, eso sí. Desde las nueve de la noche ya está sonando en mi casa La hija de Juan Simón una y otra vez mientras ellas preparan la gran cena, suspirando orgasmitos de luto, durante la cual se llora un poco y se hacen las particiones de nuestros difuntos: los benditos a un lado y los malafollás a otro. Hasta que la costumbre, con el anís y los huesos, desemboca en Rascayú y comienza el jolgorio.

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