30.11.06

Crónica sobre el anónimo

El anónimo, ese anónimo que lo es tanto de firma como de personalidad (mucho más de personalidad), suele tener un nombre muy conocido, sabes perfectamente quién es, pero como no puedes probarlo, pues te tienes que aguantar con sus amenazas, insultos, injurias, calumnias y gilipolleces. Por lo demás, uno se desahoga pensando que el anónimo, ese anónimo que necesita de la opinión de otros para dar el siguiente paso contra su anonimando, es una rata cobarde, un reptil de mirada inexpresiva, un impotente lujurioso, un tío ridículo, una miasma de alcantarilla, un matón de la cultura, una sombra acomplejada, un destripaterrones social, un chisgarabís: con la mala leche de los bajitos, hombre cabezón y chiquitín, chiribaila bailarín, pagado y muerto de sí mismo, infumable, intragable, que no se puede reciclar y ni a los buitres les gusta su carroña. Toma ya. Laírgen, nene, qué agusto me he quedado. Y es que uno lleva ya muchos años cometiendo desmanes y tirando piedras con la mano bien visible, firmando y poniendo el careto, así que podrán figurarse qué no me pasará por las tripas cuando el anónimo, ese anónimo cagao y miserable, se envalentona tanto al socaire de su cobardía.

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