9.3.06

La ley que no funcionó

Al final, la ley antitabaco de la Salgado —esa ministra que sin duda la creó movida por rencores personales contra los fumadores; seguramente fue un trauma de juventud el que la hizo meterse en política y soñar con ser algún día ministra de Sanidad para perturbar a los humeantes— se ha quedado en números y porcentajes que, recontados, la han abocado al fracaso, al menos en la hostelería. Toma. Casi todos los locales que acataron la ley han tenido que bajarse los calzones ante la caja registradora y borrarle con una goma la odiosa cruz pintada sobre el cigarrito del cartel. Yo que me alegro. Se creía esta mujer que un español en condiciones y como dios manda iba a sacrificar el truja que acompaña a la cañita fresquita pa’al arroz. Tararí que te vi. El fumeque en los bares, los toros y escupir tus buenos galipollos en la vía pública son tradiciones y vicios demasiado arraigados en este país como para eliminarlos con cuatro letras y algunas recomendaciones médicas, ¿a qué vienen si no los turistas, a oír misa de ocho, si es que a las ocho hay misa, que lo ignoro? Esa ley nació insensata, hipócrita y dictadora y así le va. No sabían que el tabaco también es riqueza. O pérdidas.

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