24.11.05

No se les puede soplar

Hace ya mucho tiempo hubo en Jaén un maestro de escuela sádico que marcó a toda una generación de posguerra a fuerza de palizas y caligrafía. Los que fueron sus alumnos, a los cuales se les conoce por una idéntica y meticulosa letra entre gótica y españolaza, te ponen los pelos de punta narrando los métodos pedagógicos de este buen hombre, quien posiblemente (no puede uno suponer otra cosa) se aliviaba así de sus amarguras y, de paso, se excitaba sexualmente, que nunca viene mal. Hoy, setenta años después, cada día son más frecuentes los casos de violencia en las aulas, con la diferencia de que ahora es el nene y los padres del nene los que insultan y hasta zurran a los profesores, sin que éstos —como bien dice Pablo Quesada, de la Asociación de Profesores de Instituto de Andalucía— encuentren forma de imponer su autoridad. Obviamente, en el actual sistema de educación española lo que está haciendo falta es un término medio entre aquellas barbaridades de antaño y la tiranía violenta e intocable a la que se están apuntando ya demasiados menores. Que no se les pueda soplar, muy de acuerdo; pero que tampoco te soplen y la única salida sea una baja por depresión. O por terror.

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