Lo del día de la cabalgata fue muy fuerte, lo del día de la cabalgata venía de los manicomios, lo del día de la cabalgata excede con creces aquello de que “son circunstancias especiales”. No, hombre, no. Fue un caos y no tiene nada de especial. Lo de los camionacos de los caballos (aparcados desde por la mañana) y estrechando aún más el carril que en el Paseo de la Estación concede a los coches las obras del tranvía no se le ocurre a nadie, excepto al que pretenda gozar del caos desde su ventana como Nerón de su obra chicharrona. Una ciudad como Jaén debería poder celebrar cabalgatas y todo lo que quiera sin que eso suponga un follón de mil pares de locuras. La salud mental de muchos conductores jaenitas se vio seriamente tocada el día de la cabalgata. El río humano y tan lento, las obras, el tráfico estreñido, acumulado, escandaloso y ese aberrante calor que hacía tan metidos en octubre te gritaban “¡huye, huye, huye, huye!”. O tranvías o cabalgatas, o cabalgatas o tranvías; ambas cosas a la vez es meter a sesenta y cuatro en una habitación para doce. Esta ciudad ya de por sí se ha quedado pequeñísima para tanto coche como hay, el trazado urbanístico del centro es absurdo, y tiene que haber un momento en que el “todo vale” ya no valga.
14.10.09
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