Este verano la municipalidad jaenita se ha pasado tres pueblos con el Deán, el único bar de la capital que en las noches aceitosas nos da algo más que cañas y gambas de fuente. No se me olvidará la voz de cristal gordo de aquel municipalaco que asomó la gaita por el ventanuco del local e hizo gala de unos modales ceporros que seguro que no le enseñaron en la academia: “Y vosotros qué, que no respetáis el horario de cierre porque no os la da la gana, ¿verdad?”. Hasta cinco munipas se han llegado a alinear frente a la fachada para hacer presión, allí parecía que había pasado algo, un atentado, un explotío, acaso la muerte por atragantamiento de algún malafollá poderoso (mientras, en el parque, una banda de manguis campaba a sus anchas). Y venga a pedir los mismos papeles en regla que pidieron la noche anterior, qué pejigueras. Así un fin de semana tras otro. Parte de culpa la tiene el botellón –ajeno al bar– que el mocerío ha decidido armar detrás de Hacienda, cuyas dependencias traseras dejan hechas un asco de orines y vasos de plástico, los muy gorrinos. Digo yo que a algún jefazo se le habrán hinchado las pelotas –con razón– y habrá tirado de influencias consistoriales para que justos, pecadores y hasta el Tupamaro se estén un poquito quietos.
3.9.09
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1 comentario:
Hola Jesús, este amigo te da un aire escribiendo.
Suerte.
Juan Carlos. Jaén.
http://esquirladeaire.blogspot.com/
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