Hay madrugadas en las que Jaén prefiere entrar en coma y no dormir, madrugadas en las que la ciudad se quita el pijama y se pone un camisón del SAS y se pincha un suero tontolino y reconfortante y se olvida del sol provinciano de su mediodía chabacano y no se acuerda del manco que le come los tallos sonriendo y sujetándolos con el pie mientras la pedigüeña mohína le exige un euro cítrico para comprarle un aceite rancio al abuelo que mata chirris y espía a los niños mascando salivilla y majoletas. Hay madrugadas en las que Jaén se porta por sola, por pantasma y por abanicarnos con su silencio nada provinciano, muy ancestral y patológico, viral, susto, cristiano, eco matado. Y ahí estamos tú y yo bebiéndonos la orina dulce y a los ojos, besándonos en el regazo de la madraca de piedra, contando los segundos que quedan para que llegue el mar y el autobús y unas gafas en reparación, ensordecidos de gente que hoy no ha tenido más remedio que pasarnos desapercibida, sin cejas, sin olor. Mira, un ser vivo. Al ras del suelo las baldosonas son de agua en las que se ahogan las princesas de comunión antes de que la luna magna de mañana le pegue un puntazo al cielo y lo avíe para los restos, para tus restos y los míos. Cógeme la mano y guárdatela, que yo la pierdo.
11.5.09
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