El buen político manda espiar porque no se fía ni de su padre. Para ser un buen político hay que ser desconfiado, espioso y, a poder ser, no tener padre. Lo mejor es empezar a espiar a los tuyos, que son los peores, los que más saben de ti y de tus tejemanejes. El político que ama a los suyos y se fía de ellos acaba en un asilo oscuriento con los mocos colgando. El espionaje es útil y, además, divertido, te lo pasas guay, porque además de los asuntos relevantes que comprometen al espiado, uno se entera también de sus miserias y de sus vicios y de sus conversaciones banales; uno se entera de que, por ejemplo, el secretario de tal tinglado toma pastillas contra la aerofagia y de que el consejero de tal comunidad se entiende con la administrativa mandilona del registro. Cosas así. A mí me da que todos los políticos espían, se espían entre ellos, que es lo grave, porque lo de espiar al ciudadano es una cosa muy legal que a nadie escandaliza: ya se sabe que el ciudadano es gentuza, de entrada, y a la gentuza hay que controlarla. Sin embargo, entre ellos, entre la gente bien de la política, señoritos todos muy honrados, hay que andarse con ojo para que no te pillen con la lupa de ver y la trompetilla de oír, pues entonces el ciudadano se entera de que los políticos se le parecen.
30.1.09
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario