El precio de los productos y servicios básicos sube cada comienzo de año para que los españoles sigamos sintiéndonos gentes de posibles que pueden permitirse eso de continuar con una buena existencia y plenamente pringados en el estado del bienestar. Claro que sí. A todos se nos tuerce el gesto y se nos encoge un poco el escrotillo cuando nos cuentan los porcentajes de subida a los que vamos a tener que hacer frente, por supuesto; pero a ver quién es el chulo que se quita de la luz, del agua, de los transportes públicos. Apencamos y apoquinamos y comprobamos, un año más, que no hay por qué quedarse a oscuras ni ducharse a escupíos ni ir a pata a todos lados, que en el fondo tenemos el riñón bien cubierto y que la vida sigue igual y las cañas de cerveza no paran de estar tan ricas. Para febrero ya se nos ha olvidado que, pese a estar rodeados de sociatas obreros mandantes —en el Ayuntamiento, en la Junta, en el Estado—, el ciudadano votante y contribuyente ha vuelto a ser puteado mediante un golpetazo a la cartera, así que vamos por ahí felices con nuestros sueldos y con el convencimiento total de que no somos unos muertos de hambre y hasta podemos permitirnos darle diez céntimos a un pobre. Somos unos calzonazos, la verdad.
5.1.09
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