Hola otra vez. Vaya veranico, hijo, aquí en el pozo, cuidándole las olivas al señorito. En fin, vamos a lo que vamos, que hay prisa. Como ya sabe todo el mundo, uno vuelve los septiembres con urgencia y ansiedad de una columna determinada, la cual se la guarda y la recuece hasta que por fin puede echarla, casi defecarla, diría yo. En esta ocasión se trata de lo siguiente: Estoy hasta el rábano de que —como si eso pusiera de manifiesto una personalidad complejísima, como si te hablaran de una característica extraordinaria de su concepción psíquica del orden, como si vinieran a descubrirte los recovecos más recónditos de la condición humana de un tipo de persona irrepetible y a todas luces apasionante— la gente venga a contarme que ella empieza el periódico “por el revés” (raro es el lingüista que usa lo de “contraportada” o simplemente “última página”). Y oye, pero es que incluso insisten, como si no te hubieras enterado bien a la primera de su complicada maniobra: “Por el revés, ¿tú me comprendes lo que te quiero decir? Que en vez de por delante, yo lo empiezo por el revés”. No lo soporto. ¿Y a mí qué me cuentas, chalao perdío? Como si lo empiezas por la parte del fochonorro o la zaporrona. Por dios, déjame en paz, ¿yo qué te he hecho? Crueldades.
1.9.08
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