Angelicos. Cuatro años estudiando una carrera de Periodismo, o los que sean, para luego agarrar un micrófono, arrimárselo a la boca a una persona y preguntarle cómo se siente tras haber perdido a su marido, a su hijo y a su hermano en un accidente de avión. “Pues mire usted, estoy estupendamente –debería responderles alguien alguna vez-, tengo una alegría en el cuerpo que no le canto ahora mismo un fandanguillo de Huelva porque me da vergüenza, que si no…”. Y después ponerle una querella al lumbreras y a la empresa para la que trabaja con tan certeras y sentimentales preguntas. Ya está bien de carroña, maldita sea. Ya está bien de fregar los objetivos de las cámaras con las lágrimas de las desgracias ajenas, de recrear la sangre, el achicharramiento y los cuerpos desmembrados para que imaginemos cómo pudo haber sido. Ya está bien de cubrir el morbo con el derecho a la información que todos tenemos y la obligación de informar que tienen ciertos periodistas que van de periodistas y se les derrite en la boca el nombre de su profesión por el sencillo hecho de sacar a una vieja casamentera y embadurnarse un poco las manitas de caca. Pese a algunos, la profesión de informador se está pudriendo en este país, cada vez más.
5.9.08
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