Pues yo opino que los abortos deberían realizarse en las droguerías, en las peluquerías, en los gimnasios, en las consultas de los fisioterapeutas y eso… Que los abortos, opino yo, se salgan ya de las clínicas como el tabaco se salió de los estancos y se fue a los quiosquillos y a los bares. Cosa popular. Deberían inventar máquinas callejeras para la interrupción voluntaria del embarazo. Ponle dos euros. Su aborto, gracias. Una señora embarazada tiene derecho a que le faciliten el despido del polizón, de ese ser que se le ha pegado a las entrañas y le chupa el alimento, todo por su mala cabeza, claro, por dormir sin bragas o por vaya usted a saber qué pecados más o menos cochinones. Un feto es un bombo. Hasta que al feto no le hacemos gugú, gagá o chuchi-chuchi-chuchi y hasta que no le ponemos Gerardín o Cristinita, digo yo, el feto es un feto. Qué nombre más feo: feto. Anda ya, tanto ni tanto traer criaturas a este mundo tan puerco y tan hipócrita y tan religioso y tan traicionero y tan ensimismado en su soledad, en su incomunicación, en su santísima roña putrefacta. El Gobierno debería conceder incentivos a las madres que abortan. Pero antes habría que preguntarle al padre de la criatura, que de eso no se habla ni se discute ni se debate. ¿Estamos?
17.9.08
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