Cuando los políticos reconocen que el país atraviesa una crisis —esto es, cuando la crisis es declarada oficialmente—, los ciudadanos nos disponemos a verla pasar como un cometa Halley, una bandada de plumipuchis gigantes o una escuadrilla de ovnis. ¿A qué hora se ve por Jaén la crisis?, preguntamos y ya planeamos la subida al castillo o al cerro de Santa Ana para verla en todo su esplendor, con nuestros catalejos y nuestras bolsas neveras. No terminamos de entender que es el país el que atraviesa la crisis y no la crisis la que pasa por el país, que es la Tierra la que gira alrededor del Sol y no al contrario, pero nos da igual: el caso es que la crisis se haga visible en los cielos, porque lo que es aquí abajo no se nota nada, será por la polución o la contaminación lumínica o porque en crisis llevamos viviendo así como toda la vida o más. Queremos ver la crisis. La crisis es una cosa que les pasa a los demás, un raro fenómeno meteorológico, la extraña enfermedad sin síntomas que adquieren gentes misteriosas, nunca tú o tu vecino de al lado; la crisis es un gas que sueltan los ministerios y que no huele a nada ni ahoga a nadie, igual que dios cuando aprieta. Luego, la crisis se pasa y todos volvemos a la normalidad.
8.5.08
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