A Julio Anguita lo echó de la política una angina de pecho y ahora lo devuelve una Izquierda Unida infartada, desorientada, dividida, pobre, absurda. En sus últimos tiempos, Julio Anguita ya no podía ni abrir la boca para comerse una avellana cordobesa sin que los sesudos analistas políticos le llamaran “demagogo”. En este país, a hablar claro, a hablar diciendo algo, a no soltar las patochadas mentirosas de siempre y a comportarse coherentemente con tus ideas se le llama demagogia, y cuando uno echa fama de demagogo ya te puedes echar a dormir, que también será demagogia. Hay quien no soporta lo nítido y quien lo confunde con lo cristalino, que no es lo mismo y, además, siempre resultará sospechoso. Lo nítido es cómo se ve, lo cristalino es lo que parece. Vuelve Julio Anguita, aquel que mandó callar al Rey (toma castaña, don Julio) como después el Rey mandó callar al tío ese de Venezuela. Se asoma el Califa al partido que dirigió para decir que ya está bien, torpes, que os estáis consumiendo y sin parar de reír y de contar chistes republicanos más graciosos y oportunos que ná. Uno siempre ha sido anguitiano, sin perdón, y se alegra de volverlo a ver entre tanto cabezolón y tanto bocarreras.
25.4.08
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