17.3.08

La Fiesta

El calor, el polvazo, la música, los ombligos, las hormonas, el alcohol, la alegría, el sudor, la juventud… Ese olor a juventud, a huerto fresquísimo recién abonado, ese olor fortacho y avasallador que tiene y que deja la adolescencia nunca derrotada, la juerga de las risas porque sí, laberinto de voces futuras, esos culos, olor a jarabe de jugo de biología apabullante, tan elásticos, tan urgentes, tan bellos y bellas, tan de su papa y de su mama cada uno, cada una, olor al sexo que les queda, olor a mundo que no quieren o que les importa tres pitos, rica peste a cachorro lengüeante previo al incienso y la sangre, a la oración y a los clavos, a los dolores del viernes, el olor, primavera a explotíos, buen rollito, marihuana y trompetas, puritos de chocolate, un tirito pa’seguir, si acaso, para no parar de oler a deprisa, ponte cariñoso, bésame el tobillo, platazo de paella a las seis de la tarde, cucha, un mejillón… La Fiesta de la Primavera del pasado jueves, más que un éxito, fue un triunfo: el de la realidad a pie de calle respecto a cómo les gusta divertirse de verdad a los jóvenes, frente a la ñoñería de estudio y sociólogo papanatas que farfulla la forma en que deberían hacerlo para que todo sea decente, aparente y formalito, o sea muy al gusto de lo falso.

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