Qué alegría cuando la otra noche, echando unas cañicas en lo de Carlos el de La Barra, me encontré con mi Inma, la Solar, después de meses sin saber de ella, sin verla en los periódicos ni en las teles, sin darme columnas con ese mal genio tan gracioso que siempre se ha gastado la chiquilla, que se sentaba a una mesa con micrófonos delante y había que temerle más que a cualquier Josenrique y compañía. Ay, qué tedioso se me hace utilizar con la Inma, con mi Inma, la Solar, los verbos en pasado. Ella no dice nada, porque es discreta y misteriosa y, además, servidor no es muy bueno tirando de las lenguas, pero yo para mí que medio la han y medio se ha retirado de la política definitivamente. Y se le nota, está radiante, más rellenita (andaba muy flaca antes, por los disgustos), vestida de señorita abogada y con la sonrisa grande, presta e imperecedera, amiga de sus amigos y —me imagino— friaca témpana con sus enemigos, que para eso están y son de goma. Lo mismo hasta se ha enamorado, mi Inma, permítaseme la elucubración. Allá ella. El caso es que algunos contrarios a la tibieza la echamos de menos en el patio municipal y quería decírselo públicamente. Va por ti, Inma, mi Inma, la Solar.
13.2.08
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