Cuando Miguel Hernández nos preguntó por el dueño de estos olivos en el famoso poema que tan tonticos nos pone, estaba mirando para Córdoba, Málaga y Sevilla. Y cuando, después, se le ocurrió aquello de “no los levantó la nada ni el dinero ni el señor” fue porque todavía no existía Hojiblanca, que si no, ya le hubiera enjaretado una rima y a tomar por culo los andaluces de Jaén, así que menos sentimentalismos, que con los vellos de punta y el pecho henchido de emoción no se come. ¡Laírgen, nene, qué vergüenza! Los de por ahí aliándose con grandes multinacionales para poner su aceite hasta en los tornillillos de las bisagras de las puertas de los iglúes, mientras que aquí, en el mar de olivos, en la leche que nos dieron, no nos salimos del platico en el que mojeteamos sopas para acompañar las habas y el bacalao, en tanto llegan los italianos a resolvernos la boda de la chiquilla y el todoterreno para fardar por el pueblo, ¡y tan agusto, oye! Anda y que inventen otros, que yo sus miro, me rasco las talegas, me peo y me quedo tan ancho hasta la aceituna que viene. Eso sí: luego se nos encoge el estómago cuando viajamos y no vemos Jaén en los aliños del papeo. Hay que ser cínico, ¿eh?
19.10.07
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