Lo que nos hemos reído —bueno, yo no, y en esta columna lo dejé expresado en su día— a costa del tamaño del atributo que dios le dio para orinar y reproducirse al nigeriano Ojiffar, una vez que ha sido declarado inocente de la violación que querían endilgarle, se troca ahora en solidaridad con su pesadilla y en admiración por rechazar las cuantiosas sumas que dicen que le han ofrecido por airear la envergadura de su chorrina en las teles basurientas, cosa que ya tiene mérito, máxime si estás boquerón y sin trabajo. Si yo fuera este hombre creo que no perdonaría tanto cachondeíto, habiendo estado en juego mi vida en el talego o mi vida en la terraza del Pósito, pero en fin, no sigamos por ahí, entre otras cosas porque yo no soy ese hombre, sobre todo de cintura para abajo. No obstante, pienso que si Ojiffar perdiera pie y se entregara a los saraos televisivos, con sus sustanciosos cheques, no habría que reprocharle nada, primero porque aquí cada uno hace lo que le da la gana y, segundo, porque sería hipócrita condenar por frívolo al ya condenado a la chufla. Quieras o no, este señor va a tardar en dejar de ser el negro del pollón, así somos, y los jueces tienen mucha culpa de esto, por indiscretos.
15.6.07
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario