Hablemos de quitar crucifijos

A los padres que protestan por la retirada de crucifijos en las aulas, hoy que me siento bendito por un espíritu respetuoso y dialogador, o sea coñazo, no sólo les preguntaría, sino que, de hecho, les pregunto: ¿Y no quedaría mejor, delante de los nenes, cualquier otro símbolo cristiano que no sea el artefacto de tortura, con torturado o sin él? Porque, a ver, estarán de acuerdo conmigo en que la cruz, además de sagrada, santa y todo lo que ustedes quieran, es también el recuerdo de un tormento de lo más crudo, en el cual se debían de pasar muy malos ratos. Puestos a colocar iconos religiosos (iba a decir “tonterías”, pero vean cómo me he contenido, ¿eh?), si no hay más remedio, ¿por qué no ese Niño Jesús en pañalotes y haciendo así con la manita, por qué no ese Cristo sereno y de blanco invocando parábolas, o esa Virgen guapa con la criatura arrullada contra su pecho, o un pez? ¿Por qué, maldita sea, gozáis representando a vuestro dios hecho un ecce homo, clavado en un palo de pies y manos, coronado de espinas, sangrando, pasándolas canutas, hecho la pena en que lo dejasteis? Qué manía con la tortura, ¿es que así se aprenden mejor sus enseñanzas? En ese caso, sí, mejor quitar la cruz.