9.4.10

Escolopendra

La derechaca ya exclama “¡conseguido, prueba superada!”. Bueno, no, la derechaca no exclama eso, que es muy seria; la derechaca exclama: “¡Ha lugar!”. Garzón al banquillo y es muy posible que lo inhabiliten. Mira qué fiesta han armado nuestros vecinos de abajo, esos tan siniestros que nos dan los buenos días con una amabilidad polvoscurienta en la mirada y que sacan la basura como si fueran a enterrar un tesoro. O un cadáver. Se frotan las manos limpias, se limpian las botas viejas y rellenan la canana con una paciencia infinita, absortos en el silencio gélido de sus relojes de pared y sus tapetes. Esto es tan absurdo que da miedo. El miedo del que nuestros vecinos de abajo se alimentan, con el que gozan. La venganza consumada les sabe a la comunión de la hostia que se funde, que se va fundiendo. Las misas diarias serán de bocas prietas y lágrimas agradecidas mientras el demonio Gürtel les colea en la puerta, hostigando al pobre de pedir. Aires del 36, grisuras de la posguerra, los cuarenta años de paz no estaban completos ni cumplidos con Baltasar Garzón por ahí, metiendo el dedo en las grietas donde habita la escolopendra, nombre tan bello para un bicharraco que pica, y tratando de manchar los apellidos honorabilísimos que reposan en panteones y pudrideros.

No hay comentarios: